Apesta a gas, pero siempre olerá a flores
El mundo de las flores, reflejado en los bordados tradicionales, será de las y los yaquis que protegen la integridad del territorio. (Foto: Raquel Padilla Ramos)
LOMA DE BÁCUM
Llamemos las cosas por su nombre. Lo que está ocurriendo en Territorio Yaqui es un despojo prolongado y sistemático, en fases a veces lentas y a veces aceleradas, en ocasiones sutil y en otras violento, que está favorecido por el liberalismo como la política económica del Estado. Es el liberalismo, así, sin el neo, pues tenemos que remontarnos al siglo XIX para ubicar los orígenes de sus obscuras intenciones. A los yaquis constantemente se les ha desposeído, quitado, birlado y arrebatado un territorio que, de acuerdo con su verdad antigua, les fue confiado por mandato divino para su resguardo.
En la última década, dos megaproyectos han contribuido al despojo del que hablamos: el Acueducto Independencia y el Gasoducto de Agua Prieta [1]. Ambos abusos lo hacen, como un siglo atrás, con capital privado que utiliza al Estado como parapeto; es por eso que José Luis Moreno, al referirse al proceso mediante el cual le ha sido posible operar al acueducto mencionado, habla de un despojo institucionalizado [2].
Igual de institucionalizado es el despojo territorial por la construcción del gasoducto, cuya obra ha continuado de manera intermitente con el apoyo del gobierno del estado de Sonora y sus fuerzas del orden, pese a haber sido suspendida por una jueza.
El autor de El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien, desarrolla en su obra una épica escena en la que Bárbol, un ent tipo árbol de la Tierra Media, encabeza una sublevación generalizada ante la devastación de que los suyos son victimados por las fuerzas de Saurón, mismas que convirtieron al carácter Saruman en corrupto.
Hoy por hoy en Territorio Yaqui, los y las yaquis de Loma de Bácum han asumido el papel de un Bárbol que defiende su entorno, su ser, y busca garantías de sobrevivencia para las generaciones de yaquis por venir ante una fuerza viciada.
Son ellos, los lomabaqueños o baqueños, quienes interpusieron una demanda judicial contra la empresa Gasoducto de Agua Prieta para defender su espacio vital, y son ellos los que han sido criminalizados, perseguidos y hostigados. En esta tesitura, desde octubre se encuentra en prisión Fidencio Aldama, acusado sin pruebas mediante un proceso que a todas luces nos indica que se trata de un preso político.
En Loma de Bácum los yaquis se saben comprometidos con la Naturaleza por la subsistencia que les ha permitido y por los dones que de Ella han recibido. A continuación, hago un repaso etnohistórico por el conocimiento yaqui de su entorno, en aras de explicar por qué los yaquis lo defienden con tanto denuedo.
En la segunda década del siglo XVII, los misioneros jesuitas redujeron las 80 rancherías que encontraron en el Río Yaqui a 11 pueblos, y luego a ocho [3]: los Ocho Pueblos Yaquis, místicos, históricos, fundacionales. Bajo este reordenamiento territorial, o mejor dicho reordenamiento del patrón de asentamiento, los padres negociaron con los yaquis la recepción del Evangelio y “la vida en policía”, a cambio de respetarles gran parte de los elementos de su cultura [4].
Por vida en policía se entendía establecerse en algún pueblo, formar una familia (no varias), aceptar una nueva traza urbana, también reconocer en el misionero la figura máxima de autoridad y asimismo a las nuevas autoridades creadas por los españoles. Implicaba vivir con cierto orden, seguridad y certidumbre, lejos de la azarosa y agreste vida del monte.
En este tenor, el pueblo yaqui recreó sus imaginarios sociales para reconocer en la iglesia (teopo) el centro de sus prácticas litúrgicas más nunca abandonó del todo la intensa relación que guardaba con el mundo del monte, juya ania, al cual tiene por sagrado y de numen, es decir, de inspiración enviada por fuerzas extrasensoriales [5].
El monte también era, por supuesto, ese gran espacio proveedor de alimentos, de agua, de materiales de construcción, de armas y medicamentos vernáculos.
Huelga aclarar que, dentro de la dimensión montesina de los yaquis, están considerados otros universos sagrados como el mundo del mar o bawe ania y el mundo del río o batwe ania; estos abarcan toda la vida que de uno u otro modo está ligada a ellos, algo así como el ecosistema. Hay también en el juya ania, una dimensión del pasado, el yo’o ania o mundo antiguo, que conecta a los yaquis con sus ancestros más remotos y con tiempos y eventos míticos. Es este un mundo al que no todos los yaquis pueden acceder.
El mundo de las estrellas (firmamento) o choki ania también forma parte del mundo del monte, así como el tenku ania o mundo de los sueños (ligado al yo’o ania). La existencia de estos mundos es una muestra palpable de que para los yaquis todo está relacionado y no es posible desintegrar su nido (Toosa) en partes, ni para su explotación ni para su venta.
Existe en el sagrado mundo del monte, de igual modo, otro mundo yaqui posible, cuya factibilidad está dada en relación con la muerte de una persona. Es mundo posible en tanto impulsa al buen yaqui a alcanzar la Gloria (Looria). Solo aquellos que cumplieron cabalmente la yo’o lutu’uria o verdad antigua, son capaces de llegar a él. Este universo se conoce en jiak noki como sewa ania, es decir mundo flor o mundo florido, y es ese lugar en el que todo es armonía y el hermanito venado no deja nunca de bailar. Por eso el título de este artículo.
Dentro del organigrama político de cualquier pueblo yaqui existe invariablemente una figura que se encarga de vigilar y resguardar el Territorio. El comandante combina su autoridad con la del capitán (vestigio de tiempos de guerra) para salvaguardar el Nido y proteger a la yoemia, es decir, a las familias (también conocidas como tropa). Al comandante se le asigna una tropa (aquí en sentido militar) conformada por soldados bajo su mando, de acuerdo a las diligencias que vaya a realizar, así como el armamento necesario en caso de dificultades [6]. Las autoridades tradicionales no solo velan por lo tangible, sino por todos los mundos inmateriales que acaecen en el material.
Como vemos, en el orden de las cosas, los yaquis tienen una forma muy diferente de mirar su territorio. Para ellos, no es solamente un dechado de prosperidad agrícola y una delimitación geográfica con potencial económico, sino ese espacio en el que ocurre la cultura yaqui y concurre lo propiamente yaqui. Es el mundo del monte, los pueblos, los campos de cultivo, el río y la costa-mar y todas las dimensiones que el yori u hombre blanco es incapaz de ver. Al perder una de sus partes, los yaquis corren el riesgo de ver disipada su conexión con el mundo del monte, con sus deidades y con los ancestros.
1 Bacatete, donde se oye la guerra. Documental dirigido por Mónica Luna, Canal 22, Año 2010.
2 José Luis Moreno. Despojo de agua en la cuenca del Río Yaqui, Hermosillo, El Colegio de Sonora, 2014.
3 Andrés Pérez de Ribas, Triunfos de la santa fe, Hermosillo, Gobierno del estado de Sonora, 1985 [1645].
4 Raquel Padilla Ramos. Narrativas de la guerra y la deportación yaquis (libro en proceso de publicación), México, INAH, s/a.
5 Enriqueta Lerma. El nido heredado: estudio etnográfico sobre cosmovisión, espacio y ciclo ritual de la tribu Yaqui, IPN, México, 2014.
6 José Luis Moctezuma. Yaquis, México, CDI, 2007.