Periodismo ambiental, periodismo de urgencia
En el mundillo del periodismo, se suele referir, no siempre sin un dejo de desprecio, como “periodista ambiental” a aquel reportero más o menos especializado en elaborar historias humanas, pero sobre la base del patrimonio natural, del territorio, de los servicios ambientales, y su conexión esencial con cosas como política, sociedad, cultura, arte, religión, y esa bestia negra, aunque siempre necesaria para que los proyectos sean viables, la economía.
Para mí, esto parte de un equívoco, pues todo periodismo de algún modo debe ser ambiental, dado que el ambiente, o sea, la suma de las condiciones físicas, biológicas, fisiológicas y de comportamiento de los seres vivos y sus ecosistemas, ligado a todo ese componente humano—primero individual y luego social—, es la variadísima fuente de todo lo que consideramos noticioso.
El conflicto es en esencia el relato de los desequilibrios entre todos estos componentes. Y el conflicto es la materia del periodismo. “Utopía”, una palabra inventada por el humanista inglés Tomás Moro, no en balde significa “el lugar de ninguna parte”. Hasta ahora no han existido sociedades que no deban enfrentar grandes dilemas y deban decidir sobre disyuntivas que en ocasiones son verdaderos callejones sin salida.
Bajo esa premisa, todo periodista debe beber del ambiente; es de lo que está hecho el contexto, que como decía un profesor, es la mitad de la noticia, o, dicho de otro modo, permite la noticia completa. A partir de aquí podemos reflexionar sobre un hecho extraordinario: el enorme campo de oportunidad que tiene en la actualidad el periodismo llamado ambiental. Esto es gracias a asuntos como el cambio climático devenido en crisis, sin olvidar las crisis locales y todas sus asociaciones en asuntos como problemas sanitarios, epidemias en seres humanos y en animales, pérdida de tierra fértil y escasez de alimentos, cambio en el patrón de lluvias, pérdidas de fuentes de agua, huracanes más extremos, y luego, los daños a la economía, los problemas políticos, la devastación de las culturas.
Nunca hubo un mejor momento para darle valor al “periodismo ambiental”, que, si hemos de definir de algún modo, es el que profundiza en las grandes explicaciones sobre las fallas y los efectos de nuestro modo de crecer y reproducirnos, de crear riquezas, de adorar a los dioses y de cultivar esos momentos de pereza y holganza que parecen ser el afán de nuestras sociedades democráticas y relativistas: el ocio.
Pero esa impresionante ventana de oportunidades no corresponde con lo que leen los medios de comunicación, entendidos como empresas. Es verdad que los temas se despliegan en prensa, pero en términos generales, por ser un periodismo que demanda gran inversión y que lleva tiempo en cernirse y cocerse, que no siempre ofrece espectáculo, es el gran sacrificado de la crisis del modelo de negocios de los más media.
El periodismo, esa herramienta social de las democracias para conocer, para interpretar y para denunciar los intereses privados en colusión con los públicos, o los intereses públicos en colisión con los privados, no tiene muchos guardianes de sus propios deberes. Los procesadores de contenidos que hoy dominan los medios no se sienten herederos de esa vieja responsabilidad. Los empresarios, salvo una minoría, difícilmente la asumen. Y una de las grandes noticias, la del desafío formidable y multiforme de la crisis ambiental - las locales y la planetaria-, necesita reporteros con tiempo y contextos de toda clase. O sólo habrá algunos cronistas para atestiguar el naufragio civilizatorio en muchas regiones. ¿O esa es la apuesta?